BABALÚ AYÉ
Junto a Changó y Ochún, es una de las divinidades de Cuba de culto popular más arraigada. Dios de las enfermedades, milagroso pero severo e implacable con quien no le obedece o se olvida de cumplir sus promesas.
De acuerdo a los patakies él fue muy mujeriego, llegando a cojer la lepra en una de sus juergas. Por eso va recorriendo el mundo con sus muletas predicando las buenas costumbres, el comportamiento recto y recibiendo la veneración de los pueblos. Va acompañado de sus fieles perros, encorvado, caminando con dificultad, haciendo sonar unas tablillas con su caminar, para avisar a la gente y que huya y pueda librarse del contagio. Se viste de saco de Yute con retazos de cintas moradas; portando unas varetas de palma de corono. Castiga con la Lepra, Gangrena o Viruela. Es muertero, sabio como Orula, y justo como Obbatalá. No es solo el dueño de los carros que
conducen a los difuntos al cementerio, sino que se dice que también es quien en el cementerio recibe a los muertos.
Le pertenecen los granos y a las mujeres les aconseja en sus asuntos amorosos. Sus mensajeros son los mosquitos y las moscas, portador de las plagas, y enfermedades.
Su yerba es la escoba amarga, con la que limpia y purifica a los enfermos. Collar de cuentas blancas veteadas de azul o rayadas.
Se Sincretiza con San Lázaro, de las muletas y los perros. Los devotos de San Lázaro son dados a las promesas y a grandes sacrificios de flagelación, y cada día 17 visten con tela de saco: sayas las mujeres y pantalones o camisa con botones dorados los hombres.
El 17 de Diciembre, sus seguidores cumplen una promesa, ya tradicional en la Habana, que consiste en salir en procesión desde un punto muy alejado, a pie, de rodillas ó a rastras, arrastrando piedras o cadenas, hasta llegar al santuario del Lazareto, en el poblado de Rincón, donde se le rinde culto.
Tanto este santuario, como el hospital de leprosos han sido testigos de la expresión más agudizada de la religiosidad popular cubana.